El Estado laico y las tradiciones religiosas


"Todas las grandes 
tradiciones religiosas llevan básicamente el mismo mensaje, que es el amor, la compasión y el perdón. Lo importante es que deben ser parte de nuestra vida cotidiana". Dalai Lama

El Estado laico se caracteriza porque los poderes, religioso y político están separados, se respetan mutuamente y no interfieren en los asuntos del otro. El diccionario define:
1. Laico: “Independiente de cualquier organización o confesión religiosa y el término de, 
2. Laicismo: Doctrina que defiende la independencia del hombre o de la sociedad, y más particularmente del Estado, respecto de cualquier organización o confesión religiosa”.

Se puede definir también como que “Estado laico” es lo opuesto a “Estado confesional”.

Existen otros dos términos que muchas veces se utilizan como sinónimos, pero que tienen un significado diferentes: laicidad” y “laicismo”.

a. Laicidad: “Mutuo respeto entre Iglesia y Estado, fundamentado en la autonomía de cada parte”

b. Laicismo: “Hostilidad o indiferencia contra la religión”. 

La realidad es que en algunas ocasiones ha habido una clara intervención de un poder a otro, violando en mayor o menor medida la laicidad que ambos se comprometieron a respetar.

Sin embargo, es importante diferenciar las intervenciones violatorias del poder político en el religioso y viceversa, de las que son un apoyo que el Estado proporciona a las tradiciones religiosas, en las que la mayoría de su pueblo cree y de las que hacen manifestación pública en señaladas fechas, sin que por ello pierda su laicidad, que es uno de los signos distintivos de un Estado democrático.


El artículo 18 de La Declaración de los Derechos Humanos indica que “Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión; este derecho incluye la libertad de cambiar de religión o de creencia, así como la libertad de manifestar su religión o creencia, individual y colectivamente, tanto en público como en privado, por la enseñanza, la práctica, el culto y la observancia”.


El ser humano, por lo general, tiene necesidad de trascender y posee una parte espiritual a la que no desea renunciar, aunque también hay personas que no tienen creencia alguna y se sienten ofendidos cuando un credo priva sobre los otros, alegando que todas las religiones deberían tener la misma atención. 


Efectivamente, todas las creencias o convicciones son respetables en un Estado laico, pero es normal que sobresalga la religión de la mayoría, máxime si ya forma parte de sus tradiciones, y en México, según el Censo de Población y Vivienda 2010, el 82% de los mexicanos son católicos. De manera que resulta lógico que el pueblo viva y festeje las ceremonias propias de su religión.


Que en México se celebre la Navidad, el Día de Muertos o la festividad de la Virgen de Guadalupe, no debería ofender a nadie, porque son fiestas mucho más importantes y trascendentales que el simple festejo de la llegada del solsticio de verano o el equinoccio de primavera, ya que forman parte de la cultura, de la tradición y sobre todo de la espiritualidad de un pueblo y van más allá de lo que es políticamente correcto.

La cultura es todo aquello que han ido construyendo los pueblos a lo largo de su historia; es también la herencia que les proporciona una identidad única. Modificar o excluir las tradiciones de un pueblo no es apropiado en un Estado laico. Mal harían al eliminarlas sólo porque tienen un sentido religioso y peor aún si se les obligara a cambiarlas por otras más “laicas”, ya que esto sólo evidenciaría una gran intolerancia.


No hay que olvidar que la ONU ha equiparado cualquier convicción a una creencia religiosa, por tanto, siendo el laicismo una doctrina, quedaría sujeta a las mismas normas que cualquier otra creencia e imponerla sobre las demás, sería violatorio de los Derechos Humanos.


El Estado laico no pierde su laicidad por ajustarse a lo que la mayoría del pueblo quiere. Es lógico, pues, que continúe la tradición y ajuste los asuetos a las festividades tradicionales, que en la mayoría de los casos son religiosas, para que la gente pueda vivir y sentir su espiritualidad o disfrutarlas como desee. 


Tampoco pierde laicidad cuando colabora con las diferentes iglesias, tratando de beneficiar a la sociedad. El Estado laico debe tener claros sus principios, pero también debe ser flexible y no olvidar que está al servicio de su gente. 

La laicidad de un Estado es mayor cuanto mayor es la garantía que ofrece a sus ciudadanos de que serán respetados en sus creencias y convicciones y que, además, no serán discriminados por ello. 

Como muy bien dijo Jan Peter Balkenende (ex primer ministro holandés): 

"Nuestra sociedad es el producto de grandes tradiciones religiosas y filosóficas. Las ideas de los griegos y romanos, el cristianismo, el judaísmo, el humanismo y la Ilustración nos han convertido en lo que somos". Petra Llamas  

Twitter: @PetraLlamas 

Correo:petrallamasgarcia@gmail.com

Youtube: https://www.youtube.com/c/ReflexionesdelaMaestraPetraLlamas/videos 


Publicado en La Jornada de Aguascalientes el 24 de diciembre del 2011. 

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