En muchas
ocasiones nos llenamos de una serie de clichés y prejuicios que nos inducen a
pensar, actuar o vivir convencidos de que las cosas siempre tienen que ser de una
manera, así que cuando los pronósticos fallan y las cosas no son como lo
habíamos preconcebido, la situación nos dejan un tanto desconcertados.
Según el Diccionario de la Academia Española, un prejuicio es una “opinión previa y tenaz, por lo general desfavorable, acerca de algo que se conoce mal”, por otro lado, define cliché como un “lugar común, idea o expresión demasiado repetida o formulada”.
Según el Diccionario de la Academia Española, un prejuicio es una “opinión previa y tenaz, por lo general desfavorable, acerca de algo que se conoce mal”, por otro lado, define cliché como un “lugar común, idea o expresión demasiado repetida o formulada”.
Algo de eso experimenté hace algún tiempo en que tuve la necesidad de solicitar el servicio de dos dependencias, una de
gobierno y otra privada. En una de ellas, me pasé varios días intentando
contactar telefónicamente con la persona que la dirige, sin lograrlo jamás,
porque en las contadas ocasiones que alguien contestó el teléfono, el mensaje
siempre era el mismo, está en una junta; y a pesar de que dejé mi número telefónico
para que me devolvieran la llamada, en cuanto se acabara esa reunión eterna,
eso nunca ocurrió.
Uno de los días
decidí ser optimista y no darme por vencida, llamé por casi una hora sin que
nadie descolgara el teléfono, hasta que finalmente una chica contestó un
“bueno” lacónico, que reflejaba cierto fastidio e incomodidad. De nada sirvió
mi explicación y la urgencia que manifesté por contactar con la autoridad
máxima, me cortó diciendo que ella no era de esa área y que sólo pasaba por
ahí. El final de esta historia es que nunca hablé con quien dirige la
institución y tampoco pudieron resolver mi asunto, dejándome frustrada y muy decepcionada.
La otra historia
es similar porque también quería tratar un asunto parecido, con la diferencia
de que una secretaria amable y educada contestó el teléfono enseguida, al mismo
tiempo que identificaban el área a la que yo estaba llamando; por si fuera
poco, me recibieron ese mismo día, y me trataron de una manera cordial y muy
profesional.
El final de la historia es que mi asunto estuvo resuelto en un día, además de que me hicieron sentir muy bien y salí satisfecha por el maravilloso servicio recibido.
El final de la historia es que mi asunto estuvo resuelto en un día, además de que me hicieron sentir muy bien y salí satisfecha por el maravilloso servicio recibido.
Seguramente la
imagen mental de cada una de las instituciones, a las que aludo en estas dos
historias, identifica a la de gobierno como la del mal trato y de excelencia a
la privada; ahí es donde afloran los famosos prejuicios de los que nos hemos
ido proveyendo a lo largo de la vida; sin embargo no fue así.
La atención de servicio afable y eficiente era la de gobierno y la que ofreció una pésima atención, además de demostrar su ineficacia en la resolución de un asunto sencillo fue la de un colegio privado, en cuya misión aparecen, entre otras cosas, que forman en valores y habilidades necesarias para que influyan positivamente en la sociedad. Yo me pregunto si las autoridades y administrativos también estarán incluidos en esa formación.
La atención de servicio afable y eficiente era la de gobierno y la que ofreció una pésima atención, además de demostrar su ineficacia en la resolución de un asunto sencillo fue la de un colegio privado, en cuya misión aparecen, entre otras cosas, que forman en valores y habilidades necesarias para que influyan positivamente en la sociedad. Yo me pregunto si las autoridades y administrativos también estarán incluidos en esa formación.
Tengo que
reconocer que mi sorpresa en ambos casos fue mayúscula, porque siempre he tenido
la idea –prejuicio- de que tratándose del gobierno y de la burocracia: “Las
cosas de palacio iban despacio”, mientras que por otro lado, tenía la certeza
que en la iniciativa privada la formación que se les da a los empleados era tan
atinada que el espíritu de servicio afloraba por doquier, en especial
tratándose de un centro educativo. En ambos casos me equivoqué. “Cosas veredes, Sancho, que farán fablar las
piedras”.
Por
cierto, y hablando de clichés, la frase que acabo de mencionar y que todos
decimos que es del Quijote, no tiene nada que ver con la obra de Miguel de
Cervantes Saavedra. La frase en cuestión es una distorsión de un verso del
Poema de Mío Cid: “Cosas
tenedes, el Cid, que
farán fablar las piedras”. Lo mismo ocurre con la
expresión: “Si los perros
ladran, Sancho, señal de que cabalgamos”, que tampoco es del
Quijote, aunque con esta frase no está tan claro el autor ya que algunos se la
atribuyen a Rubén Darío, otros a Unamuno y algunos más a unos versos de Goethe.
Son frases hechas que todos repetimos, aclarando que pertenecen al Quijote sin
dudarlo siquiera. Esto es un simple ejemplo de cómo nos aferramos a los clichés.
Lo mismo se puede decir de las expresiones que etiquetan a las personas,
a las instituciones o las ideologías. Se suelen emitir, compartir y hasta
defender, en la mayoría de los casos, sin que nadie se cerciore de su
veracidad. Tanto los clichés como los prejuicios convierten la mente en un
recipiente cerrado y hermético, que sólo ve lo que quiere ver, que no acepta
nada que no se ajuste a sus conceptos previamente establecidos y que sólo emite
pensamientos encapsulados y rígidos.
Bien decía Aldous Huxley:
Bien decía Aldous Huxley:
“Hacia donde miremos, encontraremos que
los verdaderos obstáculos para la paz son la voluntad y los sentimientos de los
hombres, las convicciones humanas, los prejuicios y las opiniones”. Petra Llamas
Twitter: @PetraLlamas
Correo:petrallamasgarcia@gmail.com
Youtube: https://www.youtube.com/c/ReflexionesdelaMaestraPetraLlamas/videos
Publicado en La Jornada de Aguascalientes el 1o de marzo del 2013.
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